“Fue el último poeta maldito de una estirpe restringida ―porque ‘poeta’ se es, no se elige ser―, repudiado por la oficialidad, marginado en los ambientes poéticos de su propia ciudad y del resto del Estado, encabezó desde siempre (y en la clandestinidad a la que aboca el hambre) ese movimiento que defiende la poesía a pie de barricada, de celda, de corazón”, dice Pepo Paz, su editor en Bartleby.