El hombre sentado en el pasillo y el mal de la muerte
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Nació en Indochina en 1914 y murió en marzo de 1996. En 1932 se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. En 1943 publicó su primera obra, La impudicia (Andanzas 244), a la que seguirían más de veinte novelas, guiones cinematográficos y textos dramáticos. De su producción narrativa, Tusquets Editores ha publicado Moderato cantabile, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro (también en Fábula 73), Emily L. (Fábula 31), Los caballitos de Tarquinia, El amor, Destruir, dice y El amante de la China del Norte (Andanzas 19, 26, 43, 45, 67, 95, 118, 147 y 153). Tras una profunda crisis psíquica, marcada por el alcoholismo, escribió tres obras maestras: El hombre sentado en el pasillo, El mal de la muerte (La sonrisa vertical 34 y 40) y El amante (Andanzas 15 y Fábula 14), su novela más conocida, sobre la que el célebre cineasta francés Jean-Jacques Annaud se basó para realizar la película del mismo título. A ellas se ha sumado este ensayo último sobre la experiencia de la escritura, Escribir. Con la mirada indiscreta de la cineasta que también es, a la vez distante y comprometida en la acción, Marguerite Duras se las ingenia para sosprender a ese hombre sentado en el pasillo oscuro y a esa mujer acostada al sol en sus desgarrados encuentros amorosos, que se desarrollan en un apoteósico escenario romántico. De esta incursión de voyeuse, de «mirona» descarada, en la actividad sexual de una pareja a la que ve, cree ver o imagina, obtendremos nosotros, los lectores, una pequeña pero no menos soberbia obra maestra del género. En la línea de El hombre sentado en el pasillo (La sonrisa vertical 34), la gran escritora francesa Marguerite Duras contempla en El mal de la muerte a un hombre aquejado de un mal terrible, devastador, que lo mata en vida : el de la impotencia de amar. Este hombre, en un intento deseperado de supervivencia, alquila por unas noches a una joven en cuyo cuerpo él espera aún encontrar, al menos por primera y última vez, esa vida que se le va, que se le ha ido yaào que jamás tuvo. Pero, entre los gemidos del sexo, en el revuelo de las sábanas, semejante al de las olas del oscuro mar que les rodea, ella no percibe en él otra cosa que los estertores de una muerte irremediable.
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